Querido Presidente Donald Trump
Miami 18 de julio de 2020
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Presidente Donald Trump
La Casa Blanca
La Casa Blanca
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Querido Sr. Presidente
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Quien le escribe nació en Cuba, pero a la edad de 11 años mis padres me llevaron al exilio en Venezuela. El próximo mes voy a cumplir 70 años. En Venezuela obtuve la nacionalidad venezolana y más tarde: la estadounidense. Estudié mi bachillerato y estudios superiores en el Estado de Washington, en Alemania (entonces-Occidental) y en Escocia.
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Comenzando 1950, año en el cual nací un 23 de agosto, mi padre estaba seguro de que la mal-llevada democracia en Cuba tenía sus días contados. En efecto, el entonces-presidente Carlos Prío Socarrás (1948-1952) fue depuesto sin justificación real, por el General Fulgencio Batista, cuyo régimen creó el caldo de cultivo para que Fidel Castro llegara al poder.
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En 1994, cuando Rafael Caldera llegó a Miraflores por segunda vez, le dije a mi familia que la mal-llevada democracia venezolana tenía sus días contados. Tanto mi padre, en 1950, como yo – en 1994 – nos basamos en los escenarios económicos, políticos y sociales de ambas naciones, aunque en materia económica Cuba no estaba entonces en mal estado, pero la corrupción era desmedida y el pueblo, al igual que sucedió con el pueblo de Venezuela, había perdido la fe en sus instituciones políticas y en sus dirigentes. El resto de la historia Ud. la conoce.
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En 2004 me vi obligado a exiliarme una vez más. Esta vez me tocó huir a este gran país, Estados Unidos de América. En la campaña electoral de 2008, acompañé al entonces-candidato republicano John McCain, cuya campaña me tocó cerrar en la Universidad de Miami, pocos días antes de las elecciones.
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Lamento estropearle el día, pero el deterioro que mi padre vio en la Cuba de 1950 y el que yo vi en la Venezuela de 1994, no se comparan – ¡para nada! – con lo que hoy estamos viendo y viviendo en este amado país. Mi padre, en la Cuba de entonces, se dio a la tarea de alertar a su comunidad. Lo mismo hice en Venezuela, ya no en 1995: ¡desde 1985! Ninguno de los dos nos equivocamos, aunque espero que esta vez me equivoque rotundamente con respecto a Estados Unidos de América.
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Tenemos dos hijos de 27 y 25 años. Ambos son estadounidenses y están inscritos – ¡ambos! – en las fuerzas armadas de este país. No quisiera verlos morir o regresar a casa mutilados liberando a Venezuela para que en lugar del narco-régimen criminal que hoy allá impera, obtengan el poder dirigentes venezolanos SOCIALISTAS y tan corruptos como los que hoy depredan y destruyen, sistemáticamente, a uno de los países más agraciados por la Creación de Dios.
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Todos y cada uno de los líderes de esa supuesta oposición que Ud. y muchos países del Primer Mundo apoyan: ¡SON SOCIALISTAS! No se salva ni uno. En adición a sus ideologías, han demostrado ser extremadamente corruptos, amorales y traidores. Lo invito, respetuosamente, a que revise los comentarios que sobre ellos hoy publica en las redes sociales gran parte de los ciudadanos venezolanos.
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Mi padre veía un grave problema con los presidentes estadounidenses. Él decía que utilizaban, para ver de lejos, lentes (espejuelos) para la presbicia. La “visión presidencial” estadounidense, según mi padre, tenía un alcance de entre cuatro a ocho años: ¡no más! ¿Què ha sido de la vida de la “Public Law 112-81”? “¡El que venga detrás: ¡que arree!”, solía él comentar. ¿Será esto lo que está sucediendo hoy en este, mi segundo país adoptivo? ¿Será que tendremos que ver cómo va a arrear el próximo presidente de la nación más poderosa del Planeta Tierra?
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Estados Unidos tiene hoy numerosos y terribles problemas domésticos, internos y otra tanda de problemas externos. Uno de esos problemas externos se genera en la Venezuela actual, convertida en una peligrosa e inminente “Espada de Damocles” para este país, para aquellos que hacemos vida aquí y, lo que es todavía peor: ¡para el mundo libre!
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Deseándole toda la suerte del mundo, quedo de Ud.,
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Atentamente,
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Roberto Alonso
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