Ecuador
MARTES 10 DE ENERO DE 1995
En la tarde de hoy mismo, Hernán Ricardo me resolvió lo de la cédula con “OK” y por la tarde nos fuimos de nuevo al Banco Venezolano de Crédito, sucursal El Rosal, y al fin pudimos resolver y obtener USD 8.000 entre Siomi y yo.
En la mañana de hoy fuimos rechazados en la casa de cambio de Rafael Alcántara (Cambios Caracas, en Parque Cristal) porque la Asociación de Casa de Cambio de Venezuela pasó un comunicado que “sugiere” a todos sus afiliados que no otorguen más de USD 1.000 para viajar a Ecuador por sospechar que hay mucha gente viajando para ese país con el fin de obtener dólares (como era nuestro caso, por cierto). A nosotros nos pareció absurdo, pues la JAC, que en todo caso es el organismo oficial, no se ha pronunciado al respecto, mal podría pronunciarse un organismo NO OFICIAL y totalmente privado como es la Asociación de Casas de Cambio. Suponemos que es un ardid de estos tiburones cambiarios, que están haciendo mucho negocio con el control de cambio, para poner la cosa más difícil y así disparar el costo del dólar en el mercado negro: ¡no hay otra explicación!
MIÉRCOLES 11 DE ENERO DE 1995
Nos fuimos tempranito con Hernán a Extranjería (la DIEX) para resolver definitivamente lo de mi cédula de identidad. Salimos de Daktari a las 6:00 pm con las maletas hechas y en el camastrón del “Mariscal” (como Hernán llama mi padre).
Hernán Ricardo, quien está viviendo en nuestra finca con su familia, luego de haber cumplido casi dos décadas de prisión por la voladuradel avión de Cubana de Aviación, en 1973. Madrugamos en la DIEX y a golpe de las nueve de la mañana estábamos tomando el bus bajo el puente del Parque Central rumbo al Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar.
En el aeropuerto nos dedicamos, luego de chequear las maletas, a hacer las últimas compras en la tiendecita del aeropuerto. Siomi se compró un cartón de Belmont Suave. Como dejé el vicio "PARA SIEMPRE" el 31 de diciembre de 1994 a las doce de la noche, me compré dos libros:
Almorzamos en
el Burger King del aeropuerto, el cual está tremendamente deteriorado – tanto en
servicio como en comida – y nos fuimos al área de salida internacional.
Llevaba una mini-grabadora Sony (de micro-cassettes) e iba por el aeropuerto grabando todo lo de interés para los futuros viajeros sin experiencia en viajes. Uno de los motivos de este viaje era inspeccionar la travesía pues intentábamos enviar cachifos, jardineros, etc, para que viajaran a Ecuador, cobraran la cuota en USD y así generar divisa que luego cambiaríamos en el “mercado negro”.
El negocio funcionaba de la siguiente manera: enviaríamos a “José Pérez” a Ecuador quien obtendría el derecho de cambiar USD 4.000, que era lo que entonces se concedían para viajar a la América del Sur. Al viajero se le pagaba el pasaje ida y vuelta y se le daba USD 500 para gastos personales. Nosotros nos quedábamos con USD 3.000 por pasajero enviado. Esos dólares se cambiaban a una tasa preferencial y se vendían casi al doble en el “mercado negro”.
Todo esto, gracias al FABULOSO control de
cambio que implementó el inteligente de nuestro presidente, el Dr. Rafael Caldera. Con este control se pretendía eliminar la
fuga de divisa, pero el remedio terminó siendo peor que la enfermedad, puesto que ahora se fugan más divisas y hasta el gato está viajando por
el mundo. El lugar perfecto era
Ecuador. Un país que no estaba muy lejos
por el cual se podía cambiar USD 4.000.
En Venezuela hay cualquier cantidad de ecuatorianos que estarían dispuestos a echarse el viajecito de paseo al terruño añorado por USD 500 más el pasaje. De tal manera que Siomi y yo
estábamos viajando en un vuelo de inspección y exploración.
Al pasar por el chequeo de armamento me paró un funcionario de la DISIP y me preguntó cuál era el motivo de la grabadora y las grabaciones. Le respondí, enseñándole mi chapa de inspector de inteligencia de la Armada: “end of conversation”.
Pasillaneamos un
poco más para matar el tiempo que nos requeté-sobraba y al fin entramos al
avión de Servivensa, sin embargo, a la media hora nos volvieron a sacar del
avión aludiendo cierta inconformidad en la documentación de la aeronave ¿?. Más tarde nos dimos cuenta que el
piloto no había llegado a tiempo. Una
vez que llegó nos hicieron volver al avión y partimos rumbo a nuestro destino:
la antigua, histórica, bolivariana y bellísima ciudad de Quito, en Ecuador.
Servicio especial |
Nos extrañó que el servicio de Servivensa fuera tan extraordinario. Champaña no más nos sentamos, excelente comida. Vino y demás bebidas gratuitas, etc... Tuvimos que hacer un esfuerzo para mantenernos sobrios. Un servicio de primera en clase turística. La razón de este trato VIP se le debía a la fuerte competencia, pues hacia Ecuador y Perú están viajando como cuatro líneas aéreas.
Cordillera andina |
El avión volaba bajo sobre la cordillera andina que nace en Venezuela y muere en Chile (o viceversa, según el deseo del intérprete). En este caso volamos sobre los nevados de Colombia, faltando poco para aterrizar en el Aeropuerto Internacional El Dorado de Santa Fe de Bogotá.
Sobrevolando Santa Fe de Bogotá |
Nos impresionó lo extensa que se ve la ciudad andina de Bogotá. Se nota que está construida sobre un inmenso valle rodeado de altas montañas. Se veían urbanizaciones bellísimas desde lo alto y nos extrañó que no se veían vallas publicitarias como las que tenemos en Venezuela a cada metro.
No se nos
permitió bajar en el aeropuerto de Bogotá, pero se nos metió en la cabeza, al
regreso, pararnos en esta ciudad para turistiar un poco más antes de
llegar a Caracas. Por cierto, Bogotá no
sirve para nuestro negocio porque la JAC solamente permite el cambio de
USD 1.000... lo que no nos da la base.
Llegando a Quito |
Similar
impresión nos ocasionó sobrevolar la ciudad de Quito, aunque inmensamente más
pequeña que Bogotá. La capital del
Ecuador, al igual que Caracas, es estrecha pero larga. A diferencia de Caracas, corre de norte a
sur.
Una vez fuera del avión que nos trajo a Quito, un B-727-200, notamos una agradable temperatura en nuestros rostros, fría pero no insoportable. Esta temperatura se debe a que la ciudad de Quito está a unos 2.500 metros sobre el nivel del mar, justamente sobre la cordillera Transandina.
Inmediatamente fuera del avión tomé la foto donde vemos a Siomi emular al dibujo que nos hiciera nuestro hijo Carlos Alberto para caricaturizar a los mendigos quiteños. Carlos Alberto no quiso venir con nosotros aludiendo que en Quito solamente íbamos a encontrar indios pidiendo sucres (la moneda del Ecuador). Él quiso reservar su cupo anual para viajar a Nueva York... sifrinismo puro. No supo lo que se perdió, porque en Quito se ven mucho menos mendigos que en Caracas.
El edificio
del aeropuerto de Quito es muy sencillito pero agradable. Ayuda en la aventura de sentirse en un "pueblito” sobre las imponentes montañas andinas. Un país al cual jamás irónicamente hubiéramos
venido, de no haber sido por las circunstancias del destino – y gracias a la locura
del Dr. Caldera y su “fabuloso” control de cambio – y que apenas sabíamos de Ecuador lo que malamente aprendimos en las apresuradas clases de geografía universal de
sexto grado.
Notamos que la bandera nacional ecuatoriana es muy similar a la colombiana, excepto por el escudo ecuatoriano.
Tanto la bandera del
Ecuador como la de Colombia son similares, a su vez, a la de Venezuela, sólo
que la franja amarilla de estos dos países bolivarianos es más ancha que la
venezolana, la cual tiene todas sus franjas de igual grosor.
Como quería
experimentar todo lo que experimentarían nuestros futuros clientes,
tomamos el autobús desde el aeropuerto al hotel. Lo primero que nos llamó la atención, camino
a la parada del bus, fue una indiecita cargando a su bebé en la espalda. Mas tarde se nos haría vieja esta
impresión, ya que la ciudad – y todo el país – está virtualmente saturada de
indígenas, muchos de los cuales tienen una vestimenta similar, al menos en esta
zona del país, pues la mayoría proviene de tribus influenciadas por los otavaleños, un grupo étnico
indígena que visten con trajes de muchos colores y bisutería exageradamente
abundante, tanto en el cuello como en los brazos y dedos.
Abordamos el autobús, pintoresco por demás y lleno de pasajeros hasta los tuétanos y partimos rumbo al desconocido y enigmático hotel. Digo enigmático porque supuestamente la zona peligrosa de la ciudad - según nos informaron en el aeropuerto de Quito que acabamos de dejar atrás - es el centro: justamente donde se encuentra el Hotel Real Audiencia, el cual tenemos cancelado totalmente desde Caracas. Para allá vamos: ¡y que Dios nos amparase!
Hotel Real Audiencia - Centro de Quito |
Banco Central de Ecuador |
Nos bajamos en
el Banco Central del Ecuador, justamente donde Erwin, el chofer del primer bus,
nos había recomendado que nos bajáramos. Ya no estoy tan
seguro de que sea así. Cuando uno llega
a una ciudad que desconoce total y absolutamente, la pérdida es extrema.
¿Serán así los "troies" de Quito? |
La primera impresión del trayecto hacia el hotel es muy desagradable y el tumulto, el tráfico, la inmensa polución y el desconocimiento de donde uno se encuentra, le hacen pensar al recién llegado que ha desembarcado en un país del quinto mundo... si es que eso existe. Mas tarde veríamos que estábamos muy equivocados. Una cosa si notamos desde el primer minuto que llegamos: los habitantes de esta ciudad - o tal vez de este país - son extremadamente amables y serviciales.
El Viejo San Juan de Puerto Rico
Tomamos nuestro segundo autobús en el Banco Central luego de un trayecto de media hora desde el aeropuerto y un tráfico denso pero fluido. Esta vez sería un recorrido mucho menor a través de gran parte del Centro de Quito, la parte antigua, preservada por las Naciones Unidas como “Patrimonio de la Humanidad” - como lo es el Viejo SanJuan, en Puerto Rico o la Habana Vieja, en Cuba - y sumamente peligrosa por los rateros y atracadores.
En Caracas algunos ecuatorianos tienen fama de cuchilleros, en especial algunas mujeres ecuatorianas (¡no todas!) que en Venezuela una que otra trabajan de ficheras (un paso previo a ser prostitutas) en bares. Basta que uno que otro miembro de un gentilicio sobresalga como criminal, para que todos se encasillen en el mismo lote.
Como cosa típica vimos como un muchacho, presuntamente estudiante, se montó sin pagar en el bus con una guitarra y se dispuso a cantarnos dos canciones de "protesta”. Aquí, como en cualquier país hispanoamericano, o del mundo, sobran las protestas - y quien proteste - como veríamos más adelante en nuestro viaje.
Una vez terminada la serenata fugaz dentro del bus, el cantante procedió a pasar raqueta (pedir propina). Yo, desconocedor absoluto del valor del sucre, pero a instancias de Siomi que se conmovió con el muchacho, le di 100 sucres. Luego en el hotel calculé que le había dado cuatro centavos de dólar o lo que es igual: siete bolívares, ya que el bolívar está - OFICIALMENTE - a 175 x dólar y el sucre a 2.500.
Bueno, para un aficionado al arte en CentralPark hubiera sido un insulto, pero para un venezolano que se pare con un cuatro en el medio de Chacaíto y se tire un corrido llanero no estaría mal. Ratifiqué, una vez más, que todo se ve de acuerdo al cristal con que se mire. Albert Einstein tenía toda la razón cuando desarrolló la famosa teoría de la relatividad. Todo en este mundo: ¡es relativo!
Pensando que podía haber mercado negro en la calle donde podría obtener mejor cambio por mis dólares a sucres, decidí cambiar lo menos posible en el aeropuerto. Luego descubrí que no existe mercado o bolsa negra, ya que en Ecuador: ¡tampoco hay control de cambio!
Las tasas de
cambio en Ecuador varían según los establecimientos.
En la Casa de Cambio Paz dicen que hay mejor tasa, luego en los bancos
comerciales y por último en las otras casas de cambio. Sin embargo, en pequeñas cantidades (menos de
USD 10.000, por ejemplo) la diferencia de ganancia o pérdida no es
significativa como para estar saltando como un sapo por la ciudad buscando un
“mejor negocio”.
Ahora bien, menos mal que apliqué esa técnica de cambiar poco en el aeropuerto, pues estando el cambio a más de dos mil sucres por cada dólar, el bulto de billetes que le dan a uno se hace muy evidente en el bolsillo de mi blue jean, sobre todo ya anocheciendo y en el medio del Centro de Quito, en donde nos dejó el segundo autobús.
Centro de Quito
Aquí estábamos. “In the middle of nowhere...”, con una maleta en cada mano y muchas preguntas por ser contestadas. La primera de todas: ¿dónde carajo está el Hotel Real Audiencia?
No tardamos mucho en “descubrir” el hotel. Era una puertecita del siglo XVIII, a diez metros de la Plaza Santo Domingo, justo en donde nos había dejado el segundo bus. Siomi se cansó, no sin razón, de mentarme la madre.
Nos
encontramos con un antiquísimo hotel, pero con mucho sabor al Quito de antaño que nos ofrecía setenta y cuatro escalones para llegar a nuestro pequeñísimo
pero acogedor cuarto. Traté - para
aplacar a los demonios de Siomi - de comparar este hotel a los muchos hoteles que por el estilo
existen en Paris, la “Ciudad Luz” y añoranza de los miembros del “Jet Set”,
pero seguía mentándome la madre hasta que llegó al cuarto y reposó de la
escalada. A mí el hotel me transportó a
Santa Clara o a Cienfuegos, en Cuba.
Tenía un sabor de principio de Siglo.
Me pareció todo muy romántico, en especial, los dólares que nos
ganaríamos con esto del control de cambio del Dr. Caldera... que Dios le dé
mucha vida.
Debo aclarar aquí que lo peor que alguien puede hacer cuando viaja por el mundo: ¡es hacer comparaciones!
La vista desde el cuarto que nos asignaron no era la mejor de todas y peor aún, nos aterrorizaba el pensar que en caso de incendio teníamos que evacuar el edificio por una escalera de emergencia por la cual yo dudaba que podría pasar.
Yo por ahí no quepo. Supongo que está diseñada por un cholo (indio o indígena de Ecuador, Perú y Bolivia, que son de la estatura de los pigmeos africanos).
Sin embargo,
luego descubriríamos que sí había mejores vistas desde nuestro antiguo hotel,
como la de la ajetreada Plaza de Santo Domingo, la cual pudimos apreciar desde
el comedor donde desayunaríamos por estar incluido en el plan que cancelamos
desde Caracas.
Por supuesto que ya habíamos preguntado cuáles eran los restaurantes típicos y los paseos que valían la pena. Desde Caracas la agencia de viajes que nos preparó el tour (Viajes Ecuador) nos había dado un “adelanto” de lo que podíamos esperar en materia turística. Hice muy bien en no contratar los tours desde Venezuela pues costaban el triple de lo que costaba in situs. El único error en esta materia fue el de contratar el hotel, que además de no estar al nivel de nuestras expectativas - en especial de las expectativas de Siomi - nos costó justamente el doble de lo que hubiera costado si lo hubiéramos pagado en el mismo Quito.
Cenaríamos en el Restaurante La Ronda
Descansamos un poco, prendimos la televisión y la apagamos de inmediato - ¡para siempre! - según dijo Siomi: ¡imposible! Una televisión de los años cincuenta. Un noticiero cuyos locutores parecían que vendían jabones en vez de narrar los acontecimientos más importantes del país y del mundo. La ducha aplacó un poco los ánimos. Buena presión y caliente que pelaba cochinos.
A las nueve de la noche estábamos listos para aventurarnos en la jungla de cemento quiteña, tomar un taxi y desembarcar en el Restaurante La Ronda, first class en ambiente turístico de categoría... a donde no acudirían donde no acudirían nuestros clientes.
Show turístico en el Rest. La Ronda
Allí conocimos al capitán de mesoneros, un guayaquillano hijo de un maracucho en una ecuatoriana llamado Gabriel Arroyabe, quien nos dio un tratamiento VIP. La comida bastante buena sin ser excepcional. Lo que sí estaba fuera de serie fue el ceviche de camarones. Nos hizo mucha gracia que en Ecuador se sirve - en todos los restaurantes - cotufas de maíz (rosetas de maíz) como pasapalo que es lo que comemos en Venezuela cuando estamos viendo por TV un juego de pelota o una pelea de boxeo.
Cotufas o rosetas de maíz |
Regresamos al
hotel casi a media noche, con una mano adelante y otra atrás y armados: ¡de
valor! Ahora ya todos - Gabriel, otro
mesonero y el taxista - nos decían que tuviéramos mucho cuidado en la zona
del hotel, pues era sumamente peligrosa, sobre todo de noche... sobre todo,
después de las once de la noche. Miré mi
reloj: ¡y eran pasadas las once! Nos
sentimos como Cenicienta.
A Dios gracias llegamos a nuestro cuarto, luego de escalar los setenta y tantos escalones. Caímos como piedra en la cama: que para colmo era achinchorrada. El cuarto tenía un profundo olor a humo de autobuses, pues habíamos dejado las ventanas abiertas de par en par... un error que no volveríamos a cometer en lo sucesivo. Apagamos la luz y esperamos al próximo día.
JUEVES 12 DE ENERO DE 1995
El desayuno fue todo un acontecimiento. Uno de los pocos quiteños amargados nos tocó de mesonero en el restaurante del hotel que queda a pocos pasos de nuestro cuarto.
El menú incluía unos jugos (malísimos todos) de unas frutas que no sabíamos qué eran: naranjita (nada que ver con la naranja ni la mandarina, es más, ni siquiera sabía si se trataba de un cítrico), chachachua... o algo por el estilo y otras rarezas más. Yo terminé pidiendo un jugo de chirimoya que sabía a petróleo crudo pasado por un colador de huecos grandes.
Cuando me sirvieron el café negro, lo escupí en la pared porque estaba frío helado como una rana... de hecho, había sido colado la noche anterior, según confesó el mesonero estrella que despachaba en el comedor del hotel.
Tengo que hacer la salvedad que el café en Quito es delicioso, el mejor que he probado en mucho tiempo. En algunos lugares es tan fuerte que traen el café (ya frío) y una jarrita de agua bien caliente al lado para que uno suavice el café retinto con el agua.
Para
explicarle al mesonero que queríamos huevos “over-easy” fue una labor sumamente
complicada, tanto así que me encomendé a todos los santos y esperé lo que
trajeran. No podíamos salir a comer
desayuno a otro lado, primero por miedo a un atraco y luego, porque ya teníamos pagado el desayuno desde Caracas... lo que
resultó ser otro craso error.
Total que luego de la experiencia en el desayuno, nos dispusimos a comenzar nuestro primer día en Quito y sus alrededores.
Habíamos hecho
arreglos con Don Luis, el taxista que nos había llevado al Restaurante La
Ronda, para que nos llevara a la “ciudad” Mitad del Mundo. Nos dimos el lujo anoche de escoger el taxi
que más nos gustara. Así que el carrito
de Don Luis era nuevo de paquete, de fabricación coreana, pequeño, pero
bastante cómodo.
Don Luis nos pareció muy amable, como todos en Quito y nos inspiró confianza pues parecía honrado. Sin embargo, al día siguiente nos enteramos que nos estaba cobrando el doble en todos los paseos que nos propuso. Así que al regresar del paseo le dimos matica-café y no lo volvimos a contratar. Vale decir que el tumbe a los turistas no es exclusivo de Ecuador: ¡sucede en todos los países del globo terráqueo!
Hoy, mientras estábamos esperando a que llegara Don Luis, se me ocurrió dar un paseo por la Plaza Santo Domingo, diagonal al hotel. Me sorprendió al ver a un mocho (le faltaba una pierna) vestido solamente con un short y nada más. Estaba agachado defecando frente a uno de los materos vacíos que “adornan” la plaza.
drogado. Se levantó el short que tenía luego de haber hecho pupú sobre un periódico, el cual “emborujonò” y lo echó en la papelera, dando muestras de ser un buen ciudadano.
Siomi posando en a casas de los siglos XVIII y XIX |
La alcaldía de Quito estaba haciendo un gran esfuerzo por evitar que los indígenas hicieran pipí y popó en las calles para evitar el cólera. Para cuando visitamos Quito por primeravez: ¡no lo habían logrado!
Hicimos un poco de turismo “de a pié” por las inmediaciones del hotel mientras esperábamos a Don Luis, nuestro chofer-taxista-guía. Fuimos a cambiar sucres al Banco de Préstamo que queda en la Av. Venezuela, cerca de nuestro hotel el cual queda en la Av. Bolívar con Guayaquil. Caminando por las calles del centro de Quito, como ya dije - la parte antigua - me volví a transportar mentalmente al Cienfuegos que dejé de niño... en especial por las inmediaciones del Correos. Siomi posó frente a estas casas de los siglos XVIII y XIX.
Para reafirmar la fama de la peligrosidad de los alrededores del hotel, cuando íbamos saliendo hacia la calle, la recepcionista del hotel nos sugirió que dejáramos las bolsas en la recepción con ella, pues en la calle usaban hojillas para cortar los bolsos y recoger del piso lo que se caiga. Aparentemente con esa técnica las víctimas no se dan cuenta de lo que ocurre y siguen caminando, lo que aprovecha el ladrón para recoger del piso el botín. Más tarde, a una de las "americanas" que conocimos en el hotel le cortaron la bolsa, con la suerte que nos se le cayó nada, pues un libro que tenía dentro no permitió que el ladronzuelo coronara.
Pasamos por frente al Banco del Pichincha y le tomé una foto a Siomi para enseñársela algún día al tío “Pichincha”, quien vive en Miami y juega póquer con mi neurasténico tío Armandito.
Ese día también vimos por primera vez a una indígena en plena calle dándole de mamar a su bebé. Después nos cansamos de ver este típico y pintoresco espectáculo. Por cierto que esta costumbre de darle de mamar públicamente a los bebés se extiende a los no-tan-indios, ya que vimos a varias mujeres de raza blanca en lo mismo. Tranquilamente se sacaban la teta abiertamente y enchufaban al bebe sin pararle mucho al público presente... sin el más mínimo pudor. Quién sabe si ellas tienen razón y nosotros estamos exagerando.
Teléfonos públicos de Quito |
Otra de las cosas que nos llamó profundamente la atención fueron los teléfonos públicos. Se trata de unas caseticas o simplemente unas mesitas con un par de teléfonos cuyas conexiones salen de uno de los establecimientos cercanos. Frente a estos timbiriches comunicacionales hacen cola los clientes y se cobra 500 sucre por una llamada que se corta automáticamente a los tres minutos. Una fortuna: Bs. 37 por lo que en Caracas no pasa de Bs. 3. Sin embargo, barato para los estadounidenses, cuyas llamadas mínimas son de USD 0.25.
Seguíamos haciendo tiempo a que llegara Don Luis, el taxista tracalero (tramposo) y Siomi descubrió una india buhonera quien le vendió unas semillas de flores.Semillas de flores que jamás llegamos a sembrar |
Durante nuestra estadía en Ecuador se produjeron dos incidentes políticos importantes. Uno local y otro de corte internacional. El primero fue protestado por el pueblo estudiantil y tuvo que ver con la decisión del presidente del Ecuador, el arquitecto Don Sixto Durán Ballén, de aprobar la ley que impone dos horas a la semana de enseñanza dogmática de la fe católica en todos los colegios del país, públicos o privados. Ya Ecuador se había librado de este atraso eliminando toda enseñanza obligatoria religiosa (léase católica) en los planteles ecuatorianos, sin embargo, al presidente Durán, curero y ex social cristiano, se le ocurrió volver atrás las páginas del progreso y cumplió con sus compinches - los curas - provocando airadas protestas y manifestaciones en Quito. La ciudad estaba por estas revoltosas protestas, tomada por las fuerzas de choques antimotines. Siomi se dio banquete posando frente a estas fuerzas y sus tanquetas.
El segundo incidente - el internacional - tuvo que ver con una pequeña invasión de tropas peruanas en el sur del Ecuador. Hay una rencilla marcada entre peruanos y ecuatorianos que data de varios siglos. Ambos países fueron independizados por SimónBolívar en su gesta libertaria americana, pero esto y la frontera que los divide es lo único que tienen en común. Desde los incas ya había conflictos y por entretenerse en peleas de manera contumaz y pertinaz se debilitaron e hicieron así posible la conquista del imperio inca por parte delos bandoleros españoles que vinieron en busca de fortuna y con ánimos de saqueos desmedidos.
La
construcción de la catedral de Quito, frente a la plaza del Palacio de
Gobierno, tiene varios años más de fundada de los que tiene la ciudad de
Santiago de León de Caracas. Todos los
jardines de Quito que pudimos ver estaban extremadamente bien cuidados. La ciudad en general es muy limpia, a pesar
de los cagones y meones de oficio.
Siendo ateo, adoro visitar las catedrales y grandes iglesias católicas por lo que ellas significan en la historia de la humanidad. La catedral de Quito es, sencillamente: ¡monumental!
Tratamos de ir
al museo del Mariscal Antonio José de Sucre, pero no pudimos entrar pues estaba
en restauración. Al Mariscal Sucre se le
tiene alta estima. Traté que me respondieran si en Ecuador se veneraba a Sucre por encima de Simón Bolívar, sin embargo, no
encontré a nadie que no me dijera que a ambos se les veneraban por igual.
Al sur de Quito está el volcán Pichincha, en cuyas faldas se decidió la independencia del Ecuador. Esta batalla fue ordenada por el propio Libertador Simón Bolívar quien puso al mando de la campaña y de la batalla en sí, al también venezolano, el ya para entonces Mariscal Antonio José de Sucre. Como hemos visto, muchas cosas recuerdan a Sucre en el Ecuador, empezando por su moneda.
Llegó la hora de encontrarnos con Don Luis, nuestro taxista y partimos hacia una “ciudad” llamada “Ciudad Mitad del Mundo” que me recordó el pueblito de Jají en los andes venezolanos, pues siendo un micro-pueblito recién construido (aunque Jají fue fundado en 1580), evoca a un pueblo de antaño... un tanto artificial, eso sí... como para los turistas estadounidenses: tipo DisneyWorld.
Mitad del Mundo
"Mitad del Mundo" es una excusa para darle servicio al turismo que abundantemente se desarrolla en torno al monumento que conmemora el descubrimiento hecho por un grupo de científicos franceses en el siglo XVIII al determinar el sitio bastante exacto en donde el mundo se divide a la mitad, cuya latitud es 0’ 00’’ 0.
En la segunda mitad del siglo XX se le
chalequeó la medición a los franceses quienes se equivocaron por unos cuantos
metros, según la tecnología espacial.
Al entrar en esta especie de parque, vemos un paseo a cuyos lados están las estatuas de estos científicos franceses que entre 1735 y 1744 midiendo el arco del meridiano, dedujeron la forma de la tierra.
Este homenaje a los franceses y todo lo que rodea al sitio en la llamada “Ciudad Mitad del Mundo” tiene el sinsabor de lo moderno que evoca lo antiguo, sin embargo, es obligatoria su visita a todos aquellos que turisteen por Quito. Queda a pocos minutos en las afueras de la ciudad. En realidad no fue aquí donde los científicos hicieron sus mediciones finales, sino en otro sitio que también visitamos situado entre Quito y Otavalo.
No obstante,
es aquí en esta llamada “Ciudad Mitad del Mundo” (a 15 kms al norte de Quito, a
una latitud de 2.483 mt sobre el nivel del mar, que tiene una temperatura
promedio de 18 grados centígrados, una superficie de diez hectáreas y una
población de 14º habitantes) que viene la mayoría de los turistas a ver el "sitio exacto" por donde pasa la línea ecuatorial, la cual divide al mundo en los
hemisferios norte y sur.
Uno, al visitar esta “ciudad”, puede poner un pie en el norte y otro en el sur. Todo el que visita este lugar turístico tiene que hacer lo mismo que hicimos Siomi y yo: ¡pararnos en el mero centro del globo terráqueo!
Una de las
cosas que nos llenó de alegría, tanto a Siomi como a mí, es el hecho de saber
que en "Mitd del Mundo" pesamos menos. Así se
anuncia en una cartelera cerca de una pesa.
Esto se debe, según leímos, a un fenómeno magnético que se produce en la
latitud "cero". Más allá de esta explicación
no podemos ir, pues la explicación esotérica-científica es un poco confusa e inentendible para el promedio normal. Lo
cierto es que Siomi lo comprobó y así lo dejamos plasmado en una foto. Como una verdadera turista ingenua, pagó
USD 1 para la no-tan-ingenua que aparece a la derecha de ella en la misma
foto, quien le está “interpretando” su peso ya que a pesar de que Siomi se
montó en la pesa, ésta no la pesó sino que fue "La Pepluda" quien le dijo, según
una extraña tabla, lo que ella pesaba... y medía.
Según "La Peluda", teniendo en cuenta que la aceleración gravitatoria es de 9.78 m/s2 en Ecuador y de 9.83 m/s2 en los polos, pesamos un 0,5% más en los polos que en el Ecuador. Si alguno de mis lectores entendió esa explicación, por favor: ¡explíquenmela! Lo cierto es que uno pesa menos en "Mitad del Mundo".
Por la noche
nos levantamos para irnos al Hotel Quito y cenar en un restaurante que está en
el pent-house de este hotel. Este se
conoce con el nombre de Rest. El Techo del Mundo.
El Hotel Quito se pelea el segundo puesto junto con el Hotel Colón. El hotel No. 1 es el Oro Verde. Muy, pero muy bueno, moderno. Similar al Hilton de Caracas. El Hotel Quito y el Hotel Colón se asemejan al Tamanaco pero de inferior calidad.
Cuando llegamos al restaurante del Hotel Quito, éste aún estaba cerrado (comienzan a trabajar a las ocho de la noche) y nos fuimos a dar un paseo por esta parte de la ciudad, la del norte, la moderna: ¡¡¡la supuestamente segura!!!
Saliendo del hotel conocimos a Don Guillermo Cañal, quien era propietario de un cómodo Caprice (Chevrolet) viejo. Don Guillermo nos dijo que nos llevaría a Otavalo por 160.000 sucres, es decir, la mitad que el otro, Don Luis López, quien nos había llevado a la Mitad del Mundo y nos llevaría el sábado al famoso mercado. Gracias a Don Guillermo conocimos el Hostal Residencial Los Andes, cuya propietaria - Maggie Naranjo - nos atendió muy amablemente.
La habitación en ese hostal (pensión) es más económica, incluso, que la de nuestro hotel. Queda diagonal al Hotel Quito, en la parte moderna de la ciudad capital ecuatoriana, que es otra cosa. Es como comparar el este de Caracas con el viejo y peligroso oeste.
Esta zona del norte es muy acogedora. Uno se siente en otro país, en otro mundo. El ambiente que se respira en el sur, en el lado antiguo, es deprimente. Se ve mucha miseria, los indios tirados en el suelo de las aceras vendiendo una comida que seguramente nuestros perros rechazarían (claro está que nuestros perros son muy especiales para comer, sobre todo la Canelita que solo acepta comida de nuestra mesa y eso de pescuezos de pollos y demás hierbas son para los animales, no para ella...)
En el norte, en el Quito moderno, todo es amplitud, mansiones lujosas, edificios modernos y hermosos. El turista se impresiona más en el Quito antiguo, si embargo, aquí en el norte uno respira.
La contaminación es casi nula.
Eso sí, mosca al cruzar una calle. Aquí como en todo Quito, el tráfico
es rápido y los carros no tienen contemplaciones con los peatones, o te quitas
o te llevan por delante. En este país
los choferes “no pagan muertos...”
Maggie nos recomendó que nos fuéramos a un restaurante mexicano, “La Posada”, que quedaba justamente detrás de su hostal y terminamos allá.
En el restaurante "La Posada" nos atendió el primer ecuatoriano negro que vimos. Hay muy pocos negros, al menos en Quito. Los oscuros vienen de la costa, como en todos lados y son, aparentemente y según nos comentaban los taxistas, los que hacen desastres en el ámbito de atracos y otras sutilezas, lo que me hace pensar que en Ecuador también hay racismo como en todos lados.
Bien. En La Posada comimos lo siguiente: un plato mixto (tortillas, tacos, frijoles y demás porquería que comen los mexicanos... guacamoles, etc.) El postre fenomenal: crepe con helado y sirope de chocolate. Todo nos costó, incluyendo la propina, 20.280 sucre (USD 9 o Bs. 1.498) por persona. No estaba mal, sin embargo, no comimos arrebatadoramente bien. Es más, básicamente hemos comido average en todos los restaurantes con la excepción de la noche en que comimos en el Hotel Oro Verde, del cual hablaré con calma más adelante.
La primera noche cuando llegamos le pedimos al taxista que nos llevó del hotel al restaurante que nos esperara pues nos sabíamos si de tan noche y en aquel lugar encantaríamos taxis. Don Luis nos cobró por llevarnos y esperarnos, 50.000 sucres (USD 22 o Bs. 3.695) más que la comida en sí. Esta vez no cometimos el mismo error pues descubrimos que en el Ecuador hay más taxis que indios. Resulta ser que muchas de las empresas del Estado han sido privatizadas y como los empleados sobraban, muchos fueron liquidadas y con el dinero de esa liquidación se compraron carros que convirtieron en taxis, pues los mismos eran escasos. Ahora son una plaga. Normalmente se ven trenes de taxis, unos detrás de otros: ¡como para hacer dulce de taxis amarillos!
Luego de cenar mexicano paramos un taxi y regresamos a la cueva de Alí Baba y los Cuarenta Ladrones. Setenta y tantos escalones más... y a dormir!
VIERNES 13 DE ENERO DE 1995
Día de descanso.
Nos levantamos temprano y llenos de todo valor nos dispusimos a enfrentar
el nuevo reto de un desayuno en el Hotel Real Audiencia.
Esta vez senté
al mesonero en una de las sillas y le dije: “Mire usted, mi Señor
(así le dicen a uno aquí). Mi esposa y
yo tenemos toda la intención de pasarnos una semana en este hotel. No que nos agrade mucho, pero la intención
existe. Uno de los grandes placeres del
ser humano es arrancar el día con un buen desayuno. De eso se trata esta conversación, muy seria,
que usted y yo estamos desarrollando aquí y en este momento.”
“Yo mucho le sabría agradecer que lo primerito que usted me sirva en la mesa, sea un jugo... cualquier jugo de esos que usted me mencionó, con tal que no sea de tomate (aquí cuando uno pide un jugo de tomate, le traen un jugo de tomates naturales licuados en la Osteryzer... sin hielo!). "Después que usted vea que ya nos tomamos el jugo, el cual debe ser bien pero bien frío, nos traerá los huevos, hechos como mejor usted pueda y los panes tostados con la mantequilla, la mermelada y los cafés AL MISMO TIEMPO. Usted ve, nos gusta tomar café mientras comemos huevos y saboreamos los panes con mantequilla y mermelada... ¿Ha entendido usted, mi Señor?”
Uno de los empleados que estaba escuchando mi conversación con el mesonero (o mesero), me sugirió que en lugar de desayunar en el hotel, desayunáramos en la calle que era mucho mejor. Cuando investigamos la sugerencia, preferimos darles las gracias al informante y seguir sacrificándonos en el milenario e histórico hotel:
Son embargo, estoy seguro
de que nuestro mesonero entendió, porque desde ese momento y todos los demás desayunos me los
trajo como se lo había explicado. Es
más, debí haber pensado que yo tenía algo malo en la cabeza, porque después de
nuestro “entendido matutino”, el cholito hasta cambió de actitud y se comportó
más “alegremente”.
Mientras desayunábamos, Siomi paró la oreja (ella siempre está al tanto de lo que se habla en otras mesas y después me lo cuenta, pues he heredado de mi abuelo Don Alonso una deficiencia auditiva) y descubrió a tres americanas (que después resultaron ser profesoras de un colegio americano en El Salvador de Bahía, en Brasil) que estaban discutiendo sobre el método para visitar Otavalo, así que decidimos ofrecerle si preferían compartir el taxi y el tour con nosotros. Al final resultó que sí aceptaron la propuesta y nos quedamos juntos hasta nuestro final en Quito. Todas resultaron ser muy amables y agradables.
Después del desayuno partimos hacia las oficinas de Servivensa (en la zona nueva del norte de Quito), pues teníamos que ver si podíamos hacer escala y quedarnos unos días en Bogotá. No nos fue posible por el tipo de tarifa que nos dieron en Caracas.
Salimos del bello edificio moderno donde se encuentran las oficinas de Servivensa y nos fuimos a pasear a pie por la Av. Río Amazonas: ¡bellísima! Windowshopeamos un rato y almorzamos una cazuela de mariscos en uno de los tantos restaurantes que hay en esta avenida. Nada barato, por cierto. Tampoco la comida estaba como para hacer una raya en el cielo, pero pasablemente buena.
Cansados decidimos regresar al hotel para echar una siestecita y nos volvimos a quedar dormidos. Esa noche teníamos planeado cenar en un restaurante japonés que quedaba en el Hotel Oro Verde, la cual sería la cena más cara de nuestra estadía en Quito, 40.000 sucres por cada plato (USD 17 o Bs. 2.956). A pesar de ser unos precios razonables, pensábamos que podíamos ahorrarnos los sucres para gastárnoslos al día siguiente en el mercado de Otavalo, pues nos habían recomendado que estuviéramos dispuestos a comprar de todo (como al final resultó).
Queríamos ver vida nocturna callejera y le pedimos al taxi que nos llevara a la “segura” Av. Río Amazonas, frente al Hotel Colón, que es donde pasean por las noches los sifrinos. Más tarde descubrimos también que pasean los pandilleros juveniles.
Acababan de agarrar a un chamito de unos siete años (foto de la izquierda) que era mandado por su madre a robarle las carteras a los turistas mientras estos comían en lujosos restaurantes. El chamito era un verdadero experto en raterismo. Inmediatamente después de llevarse las cartera, sacaba de ella el dinero y la botaba al piso. Lo agarraron junto a su madre y a ambos se los llevó una patrulla. Seguimos caminando y vimos el ambiente caldeado por estas pandillas.
Para hacer tiempo nos fuimos al Hotel Quito - muy bonito y moderno - donde se estaban celebrando los quince años de una picúa venida a más.
Había decenas de chusmas vestidas con mamarrachos horriblemente confeccionados, que nos hizo sentir en el medio de una fiesta en el exclusivo Club Puerto Azul de Naiguatá en Venezuela, repleto de nuevosricos. Entre las invitadas había una chusma que se había comprado un abrigo ese mismo día para estrenarlo en la fiesta del hotel. Con el apuro, o tal vez para que se supiera cuánto le había costado y dónde lo había comprado, la invitada le dejó la etiqueta pegada a una de las mangas del abrigo. Yo, que me estaba tomando un trago en la entrada del hotel, agarré la cámara y le tomé un par de fotos. Estoy seguro de que ella pensaría que se trataba de algún periodista social que estaba cubriendo el evento.
Más vale que no. Resultó que en la cafetería lo que había era un buffet que aparentaba estar delicioso. Para resumir diré que fue la comida más insípida de mi vida. Los brócolis se veían hermosos y me serví medio plato. Sabían a mecate sin aderezar. Terminé insultando desde el mesonero hasta el portero del Hotel Oro Verde... todos los insultos los tengo grabados en mi micro casetera!!! Pero lo peor de todo es que nos costó lo mismo que hubiéramos pagado por la fabulosa cena en el restaurante japonés.
SÁBADO 14 DE ENERO DE 1995
Anoche cuando llegamos al hotel, nuestras nuevas amigas americanas nos tenían un mensaje diciéndonos que irían con nosotros a Otavalo y demás lugares del paseo, así que nos levantamos hoy con la intención de encontrarnos con ellas en el fabuloso restaurante del Hotel Real Audiencia, pero nos encontramos con que la cafetería estaría cerrada hasta las 7:30 am; eran las seis de la mañana y teníamos cita con Don Guillermo para las 7 am.
Cuando salimos a la calle, ya junto a nuestras amigas, se presentó Don Guillermo para informarnos que el Caprice se había echado a perder y me traía un amigo que nos llevaría al paseo contratado. Sin embargo, lo rechazamos pues en el carito del amigo sólo cabían cuatro personas, a duras penas, y éramos cinco (las tres gringas, Siomi y yo). De tal modo que nos fuimos al Hotel Colón e hicimos contacto con Don Jorge Luna, más conocido en el ambiente por el apodo de “El Caballo”. Este señor, que resultó o proyectaba ser un erudito en cuestiones turísticas, tenía un Dodge y podíamos ir los cinco pasajeros como en el carro de Don Guillermo.
Es de hacer notar que (según Don Jorge) en todo Quito solo hay tres taxis americanos con capacidad para seis personas. Uno de ellos era el de Don Guillermo y se echó a perder, el otro estaba contratado para realizar el viaje a Otavalo y el tercero era el Dodge de Don Jorge Luna, "El Erudito".
Comenzamos lo que resultaría ser el mejor de nuestros días en el Ecuador. Vía Otavalo-Cotacachi-San Antonio deIbarra-Calderón.
El viaje hacia Otavalo fue extraordinario. Teníamos en todo momento el volcán Cotacachi al fondo, el cual está nevado todo el año. Para que la nieve permanezca todo el año sobre la montaña, la misma tiene que tener una altura mínima de 5.000 metros sobre el nivel del mar.
Unos paisajes muy pero muy bellos. Como dijimos, en la vía a Otavalo pasamos por el propio lugar escogido por los científicos franceses en el Siglo XVIII para “descubrir” la línea del Ecuador. Ahí le tomé a Siomi una foto.
Volcán Cotacachi
OTAVALO Y SU MERCADO (FERIA)
Otavalo es uno de los sitios más famosos de este país por su riqueza paisajística. Es un área llena de lagos y lagunas, rodeada de montaña y volcanes: ¡belliiiiiiisimo! Es además el sitio donde habita la tribu indígena más avanzada del Ecuador, los Otavaleños, conocidos en todo el mundo por sus artesanías hechas de lana pura. El mercado - o feria, como ellos le llaman - es muy parecido a todos los mercados libres del mundo, especialmente a los mercados hispanoamericanos, como los de México, Venezuela, St. Martín, etc. Lo que lo hace tan pintoresco es el tipo de mercancía que sólo se encuentra en Otavalo (algunas también en el Perú y Bolivia, como las alfombras de pieles de llamas, alpacas o vicuñas). Básicamente todos los puestos son de indígenas otavaleños.
Feria de Otavalo
A los pocos minutos de llegar al mercado se nos pegó una enanita otavaleña para pedirnos una limosna. Siomi se tomó una foto con ella. Como todavía no estoy familiarizado con el cambio de moneda, para no pecar de tacaño comencé a dar propinas en dólares. A esta enanita le di una propina de $ 5. No se ven muchos limosneros en este mercado pues casi todos tienen buenos ingresos, inclusive por encima del promedio del resto de la población. Se ven muchos cholitos forrados en billetes, casados con gringas rubias de ojos azules. Los indios otavaleños son considerados ciudadanos muy prósperos en el Ecuador. Las mujeres usan unas joyas de bisutería en el cuello y en los brazos. A más joyas, más riqueza tiene quien las portan. Da status social andar lleno de guindalejos pa’arriba y pa’bajo.
Aquí me sorprendió ver una anciana (por lo menos tenía sus sesenta años) amamantando a un bebé (¿al nieto?) mientras atendía tranquilamente y sin inmutarse uno de los timbiriches del mercado. No me pude contener y le tomé una foto: ¡le di un dólar!
La mercancía
es toda - o en su mayoría - muy barata. Los
indios siempre dan un precio mayor para que uno les regatee. Si ellos consideran que la rebaja que uno
pide es mucha, entonces dicen “no me alcanza”.
Eso quiere decir que se está pidiendo mucha rebaja. En muchos de los quioscos nos preguntaban:
“¿Cuánto quiere usted pagar?” Yo siempre
calculaba al vuelo comparativo. Si un poncho, por ejemplo, costaba unos 25.000 sucres,
yo decía que quería pagar unos 10.000 sucres y ellos me contestaban: “No me
alcanza...no me alcanza”. Luego le decía que 15.000 y ellos me contestaban: “No me
alcanza...!”, así hasta que dijeran que “sí me alcanza”. Les preguntaba a todos, tuviera o no
intenciones de comprar. La nota mía
era oír a la indiecita en miniatura (todos miden un metro y medio, máximo)
decir: “¡No me alcanza...!”
A los condenados hijos nuestros de bebés los debimos haber mandado una temporada a Otavalo para que las indias los carguen en la espalda. Es impresionante ver a los indiecitos como aguantan estoicamente el sol sin chistar, todos metidos en las mochilas que las indias hacen con ponchos y cobijas.
La enanita que se fotografió con Siomi lleva en la cabeza un poncho negro doblado porque con lo que lleva puesto le basta. Por cierto que esa enanita nos estuvo persiguiendo por todo el mercado y a cada ratico nos halaba la manga del abrigo y nos pedía un poquito más. Yo, para que no se fuera le daba de un dólar y le decía que me acompañara. Cada cinco o diez minutos le volvía a dar otro dólar (me pidiera o no) con tal de tener a la enanita siempre a la vista por lo pintoresca que era.
Aquí en Otavalo compramos cantidad de cosas, todas para la casa, incluyendo unos ponchos bellísimos para Siomi y para mí. Verdaderamente vale la pena el viaje a Otavalo, pero hay que tener en mente que son sólo los sábados cuando el mercado funciona, el resto de la semana el pueblo de Otavalo es un pueblito como otro más de la cordillera andina.
COTOCACHI
El pueblo de Cotocachi es famoso por la artesanía en cuero y madera. En la calle principal del pueblo que tendrá unas cinco cuadras o más de largo, tienda tras tienda se dedica a la venta de bolsos, maletines, botas, chaquetas y todo lo imaginable que pueda confeccionarse en cuero. Un cuero muy bien trabajado y a precios muy bajos.
Cotacachi recibe su nombre del volcán que está en la región. El pueblo, no muy grande, está a escasos minutos en carro de Otavalo. Como todo pueblo hispanoamericano, tiene su plaza principal y su iglesia. Siomi posó frente a la iglesia de Cotacachi.
Después de comprar los artículos de madera y de cuero (Siomi se compró una guacamaya de madera, un cintillo y un bolso de cuero y yo unas botas de vaquero similares a las que le compramos a Carlos Alberto por Navidad. Las de Carlos Alberto en Lobelan-Caracas nos costaron Bs. 20.000 y las mías en Cotacachi-Ecuador me costaron Bs. 6.000) nos fuimos para una hacienda bellísima convertida en un hermoso restaurante llamado Hostería Chorlavi.
Allí conocí (de
vista y basta) al nuevo príncipe y cardenal de la iglesia católica en el
Ecuador, quien estaba celebrando su recién “nombramiento divino” en el
restaurante y tenía alborotado a todo el mundo.
El Cardenal estaba con toda su comitiva de curas y secretarios laicos. El Príncipe estaba vestido como tal. Por la manera de vestir, de comer y de beber, así como por la actitud altiva, señorial y de poder que mostraba, me hace pensar que jamás leyó una de las pocas palabras de María, la madre de Jesús, quien dijo según recogió Lucas en el capítulo primero versículo 46 al 53 de su evangelio: “Entonces María dijo: Engrandece mi alma al señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el poderoso; santo en su nombre y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones, quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos.”
Volviendo al Ecuador (es que la teología es mi tema favorito), pudimos disfrutar en el restaurante un baile típico de la zona, en honor, precisamente, al Neo-Cardenal, quien, de paso, es nativo de este cantón (región).
Por cierto que de todas las comidas que ingerimos en el Ecuador, la mejor de todas, sin que haya sido de concurso, fue en este restaurante. Comimos una parrillada que tenía muy buen sabor y estaba bastante suave.
CALDERÓN
Este pueblo es famoso por las figuritas de mazapán. Aquí llegamos ya anocheciendo y casi todas las tiendas estaban cerradas, sin embargo, tuvimos suerte y encontramos una tienda que posiblemente sea la mejor del pueblo, llamada “El arte Andino”. Todo muy bonito y a un precio “irrisorio”.
LOS QUESOS DE CAYAMBE
Casi lo mejor del viaje, del día y del viaje al Ecuador, fue la compra de un queso en una fábrica que queda en Cayambe. Era un quesito mezclado con ají picante que estaba delicioso. Esa noche nos compramos una botella de vino blanco chileno y unas galleticas y nos quedamos en el hotel descansando y comiendo queso con galletas y tomando vino.
DOMINGO 15 DE ENERO DE 1995
Debido al gran éxito que tuvo el paseo de ayer, nos dejamos convencer por Don Jorge, nuestro erudito en “turismología” y lo contratamos para un paseo al Parque Nacional Cotopaxi, donde se encuentra el volcán activo del mismo nombre (Cotopaxi). Por cierto que años después este volcán hizo erupción matando a un “viaje” de gente que no le pararon a la fuerza oculta de la naturaleza.
Nuestras amigas del norte, Mary Jo y Kay, se nos unieron, sin embargo, Beverly se excusó porque tenía que cumplir un compromiso con una amiga ecuatoriana que había estudiado en su pueblo cuando era joven.
Antes de salir de Quito hicimos una visita al Panecillo, el lugar más alto de Quito (a 3.000 mts sobre el nivel del mar... Daktari está a 1.100 mts). Allí hay una gigantesca estatua de una virgen que llama la atención porque tiene alas como si fuera un ángel.
Cuando llegamos al Panecillo, que en tiempos de la Colonia sirvió de fortín y de punto de vigilancia a los españoles, había una congregación bien numerosa de un nuevo grupo de católicos-bíblicos pertenecientes a un grupo llamado “Terapia Teológica”.
Yo, por supuesto, me enfrasqué en una discusión sobre la virgen, si era o no virgen después de haber parido a Jesús y luego - por lo menos - cinco veces más. Le pelé por el capítulo 13, versículo 55 de Mateo, cuando algunos de sus vecinos maravillados por las prédicas de Jesús se preguntaron: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacobo, José Simón y Judas?”
Regresamos al Panecillo en Quito. Este grupo de seguidores e la “Terapia Teológica” se asemejan a los evangélicos y baptistas en eso de brincar y gritar y alabar al cielo, pero conjugan la Biblia con los dogmas del catolicismo de una manera interesantísima.
Antes de partir del Panecillo nuestro erudito, Don Jorge, sacó una moneda de 10 sucres y nos mostró algo muy interesante. Si se compara la imagen del Mariscal Sucre con el topo del Pichincha, donde el mismo Mariscal combatió la batalla que selló la independencia del Ecuador, podemos ver la similitud entre ambas figuras. Para demostrarlo, Siomi se hizo fotografiar su mano con la mencionada moneda.
En una oportunidad el volcán echó una ceniza que llegó hasta Colombia y el Perú. De hecho, a la entrada del parque hay avisos dirigidos a las poblaciones cercanas al volcán que indican lo que se debe hacer en caso de que el volcán dé señales de que va a entrar en erupción, como echar chispas, candela o rugir. Básicamente lo aconsejable es correr como carajo: ¡lo más pronto posible!
Es impresionante e imponente la inmensidad que se palpa en el parque.
Mientras Siomi y las dos nórdicas-brasileñas subían hacia el refugio antes del cráter, yo disfrutaba de la lectura del libro “Gómez, Tirano de Los Andes, por Thomas Rourke). El viento y el frío eran agobiantes, por lo que me tuve que abrigar la cabeza para protegerme, sobre todo, las orejas.
No podía faltar una foto con el Cotopaxi al fondo y nuestro erudito, Don Jorge Luna, a mi lado teniendo el flamante Dodge tras nosotros.
Al salir del parque vimos algo impresionante, una viejecita (muy parecida a la Tía Maitá o a su mamá) que tenía puesta una cuerda para trancarle el paso a los carros y forzarlos a que le dieran una limosna. Por cierto que la cuerda era de fabricación casera, hecha de henequén, de donde también se extrae un licor muy fuerte parecido al tequila mexicano. Conmovido les di $ 10 y hasta me besaron mi mano.
Partimos del Cotopaxi rumbo a la extraordinaria Hacienda La Ciénega, donde almorzamos muy sabroso. La hacienda tenia unos jardines bellísimos donde Siomi se hizo tomar una foto, así como una pintoresca capilla como la que quiero hacer en Daktari... si Siomi me diera el permiso pues dice que yo haría la capilla para burlarme de la “virgencita”.
Esa noche caímos extenuados en la cama. En la madrugada me desperté faltándome el aire en los pulmones, supongo que por el esfuerzo que hice caminando a más de cuatro mil metros de altura en el volcán Cotopaxi.
Amaneció y nos dispusimos a visitar las iglesias que quedan alrededor del hotel. Verdaderas joyas arquitectónicas de la época colonial.
La iglesia llamada “de la Compañía” (refiriéndose a la Compañía de Jesús, es decir, de los jesuitas) es impresionante. Todo en oro, especialmente las estatuas de los santos. Aquí también los católicos se limpian con las escrituras: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la Tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy Jehová tu Dos fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen...” (Éxodo 20:4 y 5). Nota: Supuestas palabras directas de Dios a Moisés --- según la Biblia cuando les dio los mandamientos a seguir por todos los creyentes y seguidores de Jehová.
A la entrada de estos templos no se venden palomas, sino herraduras para la buena suerte, yerbas, “busca novios”, azabache para el mal de ojo, miles de virgencitas de todos los nombres, tamaños, colores, estampillitas, etc, etc, etc... Quedamos impresionados cuando vimos que entre los cachivaches que se vendían, estaban las estatuillas del Dr. José Gregorio Hernández, un “santurrón” venezolano que según “y que” hace milagros.
Así estuvimos, paseandito, hasta que llegó la hora de irnos para el aeropuerto.
Cerramos estas interesantes vacaciones montándonos en el avión de Servivensa que nos traería de regreso a la patria de Bolívar, libertador de cinco países e hijo de uno de ellos, Venezuela.
No enviaríamos a ningún cliente a Ecuador porque descubrimos la gallinita de los huevos de oro. Resulta que montamos un negocio en el cual importábamos desde Ecuador semen de caballo de paso peruano. Era, prescisamente en Ecaudor, donde estaban los mejores ejemplares y sementales de caballos peruanos.
La importación la cancelábamos con bolívares, aprovechando el sistema de pago de ALADI, por lo que no era necesario solicitar dólares ni a la JAC ni a la OTAC. Solicitar dólares era parte de la corrupción que generó el fabuloso control de cambio del Dr. Rafael Caldera, en parte para enriquecerse él y sus hijos. Además, uno tenía que bajarse de la mula con aquellos que aceptaban la entrega de dólares preferenciales para cancelar importaciones de países que no pertenecen al convenio ALADI. A través del sistema ALADI las importaciones se pagaban en moneda nacional, que en nuestro caso era el bolívar y al exportador se le cancelaba en su moneda nacional, que ya en Ecuador: ¡era el dólar estadounidense!
Enviábamos, pues, los bolívares a Ecuador y una vez que llegaban, inmediatamente los convertíamos en dólares en ese país, puesto que en Ecuador no existía la locura de controlar el cambio de divisas.
La bella gerente del banco que nos otorgaba los dólares en Quito.
Los dólares obtenidos en Ecuador eran enviados a una cuenta en Miami y vendido a la casa de cambio de Rafael Alcántara por el doble de la tasa oficial de Bs. 175 x USD. Ese negocio duró hasta que el presidente Caldera entró en razones y eliminó el control de cambio antes de que el país - como tal - desapareciera del mapa.
Con los años el sistema monetario ecuatoriano colapsó y el gobierno decidió dolarizar la economía, eliminando el “glorioso” sucre e implantando el “asqueroso” dólar capitalista y colonial. Lo mismo haría la Cuba comunista de Castro con su moneda... y ya lo había hecho Panamá hacía muchos años. Pareciera que la “dolarización” arregló en algo la economía desastrosa que vivía Ecuador hacia el final de la etapa “sucrense”.
A partir de ese "descubrimiento", iríamos al Ecuador con tanta frecuencia que nuestro hermano Ricardo llegó a decir que Ecuador era como nuestra segunda patria. Siomi me acompañaría muchas veces. Recorreríamos el país de arriba abajo, desde la frontera norte con Colombia hasta la frontera sur con Perú.
Como veremos más adelante, nos conseguimos un hostal bellísimo - Hostal Santa Bárbara - y a un buen precio, en el cual nos quedaríamos en lo sucesivo. El hostal quedaba a una cuadra del Hotel Oro Verde, donde abrimos una estupenda oficina.
A nuestro regreso del primer viaje a Ecuador nos encontramos con una cartica que nos había dejado la "Vickitoria" mientras nosotros estábamos en el Ecuador. Años más tarde su hermano se casaría con nuestra única hija y todos nos pagarían tremendamente mal.
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